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Un Hombre en las Estrellas
Era el regalo perfecto para ella, lo supe nada más verlo ahí en la
tienda de discos, la que está en la misma calle que la oficina. Lo compré en un
impulso, aunque lo cierto es que no sabía si me atrevería a dárselo. Había
hablado con ella en un puñado de ocasiones, casi siempre simples intercambios
de saludos, alguna charla de ascensor, de esas sobre el tiempo, y la noche de
la cena de empresa cuando fuimos a aquel karaoke. Fue allí donde descubrí que
le gustaba la misma música que a mí.
—¡Tienen Starman! —exclamó
mientras yo estaba echando un vistazo a la lista de canciones del
establecimiento.
—¿Te gusta David Bowie? —me atreví a preguntar.
—Sí, mucho, ¿quieres cantarla conmigo?
En ese momento, como si alguien nos hubiera escuchado, esa misma
canción comenzó a sonar y vi el fastidio en su cara. Alguien la había escogido
antes que nosotros, era un grupo de chicos que subieron al escenario en grupo y
destrozaron cada una de las estrofas, haciendo el tonto y berreando sin entonar
una sola nota.
—Lo siento —dije.
—De todos modos no suena nada bien. Está como enlatada. Prefiero el
vinilo, así es como mejor se escucha la buena música.
—Yo también.
Me sonrió y me sentí como flotando, ingrávido, ligero… Como si yo
fuese ese hombre en las estrellas.
Esa había sido nuestra conversación más larga. Con el regalo envuelto
bajo el brazo regresé a casa aquella tarde, preguntándome si al día siguiente
lo llevaría a la oficina para dárselo. Sería raro, apenas nos conocíamos y no
sabía si esa charla en el karaoke serviría de excusa.
Trabajábamos en departamentos diferentes, no teníamos proyectos en
común y si sabíamos nuestros nombres completos era gracias a la intranet de la
empresa… Y sin embargo yo me había
enamorado de ella como un adolescente.
Cada vez que la veía me saltaba el corazón en el pecho, se me disparaban los latidos y mi lengua parecía de trapo. Seguro que ella me veía como el tonto de los ordenadores, que además de carecer de dotes sociales, vestía y se comportaba como un friki de manual.
Cada vez que la veía me saltaba el corazón en el pecho, se me disparaban los latidos y mi lengua parecía de trapo. Seguro que ella me veía como el tonto de los ordenadores, que además de carecer de dotes sociales, vestía y se comportaba como un friki de manual.
Al día siguiente, antes de salir de casa estuve mucho tiempo mirando
el regalo, abandonado sobre la mesa de mi salón. Al fondo, en la estantería, mi tocadiscos me consolaba, pues supe que acogería con gusto ese regalo que no me
atrevería a dar. Aún así lo cogí y lo metí en mi bolsa, presa de un alarde de
optimismo. Sí, tal vez encontrase el momento perfecto para dárselo.
Caminé hasta la oficina y entré, el árbol de Navidad me dio la bienvenida, y me dirigí a mi cubículo. Había poca gente todavía. Fui a la salita de descanso donde la máquina de cafés recibía mi visita diaria e ineludible. Como siempre, obtuve mi expresso y lo saboreé con tranquilidad.
Caminé hasta la oficina y entré, el árbol de Navidad me dio la bienvenida, y me dirigí a mi cubículo. Había poca gente todavía. Fui a la salita de descanso donde la máquina de cafés recibía mi visita diaria e ineludible. Como siempre, obtuve mi expresso y lo saboreé con tranquilidad.
De pronto ella entró en la sala, y mi respiración se detuvo de golpe.
Mientras pedía su café la observé, poniéndome cada vez más nervioso.
Finalmente, ella se sentó frente a mí en la mesa, era la primera vez que lo
hacía. Llevaba el periódico y comenzó a leerlo distraídamente.
—Hola —mi voz sonó sin mi permiso.
Sus ojos abandonaron las páginas del diario y me miró, sonrió, y como
aquella noche en el karaoke, me hizo sentir de nuevo volando, en las estrellas.
—¿Qué tal, Bea?
—Bien… Todo lo bien que una
puede estar trabajando el día de Nochebuena.
—¿Tienes planes hoy? —quise saber, trataba de sonar confiado pero no
paraba de mirar de reojo mi bolsa, donde el regalo esperaba a descubrir su destino
—. Familia, novio…
Ella se rió. Estaba preciosa cuando reía, aunque no fuese una risa
alegre.
—Cena con mis padres —respondió —, y no, sin novio. Hace ya tiempo.
Era una señal, tal vez… No lo
supe con seguridad, ¿lo era?
Mientras me debatía, presa de la confusión y la indecisión, ella
continuó leyendo su periódico, pero poco después volvió a hablar.
—¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿Tienes novia?
La miré, tenía las mejillas encendidas y no apartaba la vista de la
página impresa.
—No.
Me decidí. Cogí el paquete envuelto y se lo tendí sobre la mesa.
Estaba claro por fin. Quien no arriesga, no gana, y con ella yo deseaba ganar.
—¿Y ésto? ⎼ parecía sorprendida.
—Feliz Navidad Bea.
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