NOCHE
CERRADA
No hay nada mejor que estar en casa cuando es noche cerrada y
el cansancio del día se hace patente. Grato es ponerse una copa de vino y leer
un poco recostado en el sofá hasta que llegue el sueño.
La lámpara de mesa empieza a dar problemas, como de
costumbre. Se apaga sola, de repente.
Deja el libro sobre la mesita y vuelve a encender el aparato.
Da un sorbo a su copa de vino. Pero ¿Dónde está el libro? Lo acaba de dejar en
la mesa... ¿Cómo ha llegado de nuevo a la estantería? Lo recoge, confuso. Quizá está más cansado de lo que cree.
Toma asiento de nuevo. ¿Y la copa de vino? La busca, estaba
seguro de haberla dejado ahí tras beber, aunque la encuentra vacía junto a la
fregadera de la cocina, al otro lado de la estancia. ¿Cómo...?
La lámpara
vuelve a apagarse. Oye pasos en el pasillo y un escalofrío recorre su cuerpo. No
se atreve a encender la luz mientras lo recorre.
Susurros en el dormitorio. Temblando, empuja la puerta que
cruje levemente. Está oscuro pero sabe que hay alguien en su cama. Vive solo.
Tratando de controlar su miedo camina hacia atrás lentamente.
No quiere que el intruso lo descubra antes de alcanzar el teléfono para llamar
a la policía.
Su espalda choca entonces contra la pared y un cuadro se
descuelga, cayendo al suelo con estrépito. Su huida silenciosa ha fracasado,
ahora el miedo le paraliza.
La luz del dormitorio se enciende y ve que no hay una, sino
dos personas en su cama.
–
¿Qué ha sido eso?
–
Sólo un cuadro, cariño. Se habrá caído.
– Te digo que hay algo en esta casa – dice la
mujer – Las cosas cambian de sitio, la luz se enciende y se apaga, caen
cuadros... ¡No puedo seguir aquí ni un minuto más!
–
Los fantasmas no existen, cielo.
El marido la consuela con un abrazo protector. Sus ojos se
posan en el cuadro descolgado que descansa ahora en el suelo, junto a sus pies.
Pero a él no le ve. Está ahí y no le ve.
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