Hoy quería hablar de algo que aunque
no parezca importante y a veces resulte incluso tedioso, es muy
importante a la hora de escribir relatos o novelas: las
descripciones.
Describir algo es la herramienta de la que disponemos para que el lector sepa cómo es ese algo.
Si
hablamos, por ejemplo, de una silla y no decimos nada más de ella,
cada persona que lo lea imaginará esa silla a su manera (grande,
pequeña, de madera, de plástico...) sin embargo, si la describirmos
con más detalle, haremos que el lector se aproxime más a la imagen que nosotros, creadores de esa silla, tenemos en mente.
Visto así, con una silla, no parece
realmente importante, pero una historia no se cuenta solo con las
acciones y acontecimientos que tienen lugar en ella, sino también
con las personas, lugares y objetos que aparecen en ella.
Lo realmente indispensable a la hora de
decidir qué describir y qué no, es la relevancia que tenga para la
historia. Si esa silla de la que hablábamos antes es una pieza
fundamental de la trama no debemos dudar en detallar hasta el último
de sus aspectos pero si no tiene nada que ver en la trama y es
simplemente una silla, no debemos aburrir al lector con su
descripción.
Y ese es otro tema importante, a veces
las descripciones son largas retahílas de adjetivos y explicaciones
que terminan haciéndose pesadas... Tenemos que huir de eso.
No debemos tratar al lector como si
fuese tonto, si describimos una silla, no es necesario que digamos
que tiene cuatro patas (a no ser que tenga tres). La imaginación del
lector es muy potente, puede deducir con poca información el total
de lo que queremos transmitirle y eso hay que tenerlo en cuenta.
Una vez decidimos qué tenemos que
describir y qué no, hay que pensar en cómo vamos a hacerlo.
Uno de los aspectos que más enriquece una descripción es el uso de los sentidos.
La vista sin duda es el sentido por
excelencia, explicando qué es lo que ve el personaje podemos hacer
que el lector también lo vea. La forma, el tamaño, el color, el
número, la cercanía o la distancia...
Pero no es el único sentido.
Los
olores son un recurso magnífico para describir además de ser unos
potentes evocadores de memorias. Comparar olores o usar adjetivos
asociados con sensaciones olfativas como cítrico, floral, fresco...
rancio, mohoso, penetrante... son una estupenda forma de elaborar una
descripción magistral.
En cuanto al sonido, podemos utilizarlo
del mismo modo que el olor, con adjetivos como ruidoso, grave,
intenso, suave, rítmico etc... Lo que es evidente es que las cosas
emiten sonidos reconocibles, ¿quién no sabe cómo es el tic tac de
un reloj? Si usamos el sonido en nuestras descripciones,
conseguiremos ambientar nuestras escenas y hacer que el lector se
abstraiga en ellas.
En cuanto al tacto y al gusto, son
quizá los sentidos menos usados pero es principalmente porque
depende mucho de qué se esté describiendo. Para hablar del tacto es
necesario que nuestro personaje toque lo que se quiere describir, y
que se lo lleve a la boca para hablar del gusto... Si en la trama eso
no es lo indicado, estos sentidos no se pueden usar en su
descripción.
En general, tal y como hemos hablado,
nuestro idioma tiene infinidad de adjetivos y muchos son directamente
asociados a sentidos concretos. Esta asociación es una baza que
juega a nuestro favor, pues todo el mundo comprenderá lo que
queremos decir al ponerlo en nuestra descripción.
Sin embargo hay que saber jugar bien
esa baza o se convertirá en un arma de doble filo, porque los
adjetivos son buenas herramientas descriptivas pero en exceso pueden
convertirse en algo que estropee nuestro texto.
Recordad: NO es necesario que cada
sustantivo vaya acompañado de un adjetivo. Sería redundante decir:
nieve blanca, rascacielos alto, persona humana... hay palabras que
solas ya son capaces de evocarnos una imagen definida y no requieren
de demasiados detalles.
Las buenas descripciones son un arte y
la maestría se alcanza con la práctica. ¡¡¡A practicar!!!
Espero que estos consejos os hayan
ayudado.
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