Nunca sabes con qué te va a
sorprender la vida, ¡que me lo digan a mí!
Hace tiempo estaba tranquilamente con
una amiga, tomándome un café en una terraza, le estaba hablando del nuevo curso
de escritura creativa al que me había apuntado y de las cosas que allí estaba
aprendiendo, cuando el señor de la mesa de al lado, ni corto ni perezoso, se
acercó a nosotras y comenzó a dar su opinión al respecto.
Su intromisión me resultó curiosa, pero
no me molestó, pues yo siempre estoy dispuesta a debatir, más aún este tipo de
temas.
El caso es que el hombre comenzó a
decir que esos talleres y cursos eran una pérdida de tiempo y un “sacaperras”,
que un escritor nace y en definitiva, que nadie puede enseñarte a escribir bien
si no sale de ti mismo.
Habló de lo importante que es la lectura para saber escribir, pero que más importante todavía es saber sentir… y me dio qué pensar.
En cierta manera estuve de acuerdo
con algunos puntos de su intervención no solicitada, pero no pude evitar
discrepar con el resto de sus argumentos.
Por un lado, es cierto que leer es
imprescindible para un escritor, leer es lo que nos enseña desde niños a
comprender y a expresarnos con palabras escritas, hasta el punto de poder formar
con ellas una historia.
Por otro lado, sentir es también un requisito
fundamental porque, ¿de qué otro modo ibas a poder transmitir sentimientos a
otra persona?
Sin embargo no pude dar la razón a mi vehemente amigo en su
afirmación de que nadie puede aprender o enseñar a otro a escribir si no sale
de uno mismo. Comencé a preguntarme si un escritor nace, se hace o ambas cosas, y medité sobre el talento y el esfuerzo.
Mientras
yo consideraba que eran dos caras de la misma moneda y defendía que si se tiene
una de ellas, se podría descubrir la otra, el hombre argumentaba que ambas
cosas eran igual que ser rubio o moreno, se es y no hay más. Me parecía una
forma de verlo demasiado determinista.
Yo empecé aquel taller literario por
afición, por pasar un rato, compartiendo mi pasatiempo favorito con otra gente
que también disfruta con ello, pero es cierto que he aprendido mucho en él, más
de lo que me esperaba al principio, y no solo de la profesora sino también de
mis compañeros.
En este sentido he pensado, al mismo tiempo, en todas esas
iniciativas virtuales que nos empujan a explotar nuestros talentos y pasiones,
en blogs y foros donde los participantes se impulsan unos a otros, fomentan
ideas, se retroalimentan y aprenden de su cooperación.
Todo ello me ha llevado
a una conclusión, y es que, como bien se explica en el dicho popular “nadie nace
enseñado” y desde luego existen talentos innatos, pero hay que dotarlos de una
base teórica, no importa si ésta procede de una educación formal o autodidacta.
Pensemos en grandes figuras de la
historia del arte, por ejemplo Picasso, un gran pintor que seguro tuvo que
aprender a garabatear antes de pintar obras maestras, o Mozart que tuvo que
empezar de cero a tocar antes de componer sinfonías, o Ferrán Adriá que apuesto
a que tuvo que hacer mal muchos huevos fritos antes de cocinar platos de alto
postín.
Es cierto que la mayoría de los
artistas que destacan en lo que sea que hagan vienen de fábrica con una
sensibilidad especial, pero nadie les quita sus horas de estudio y práctica; un
sacrificio que sólo puede estar motivado por una pasión arrolladora hacia
aquello que se hace, sea pintar, componer, cocinar… o escribir.
No estuve de acuerdo entonces con ese
espontáneo de la cafetería, que insistía en aferrarse a un supuesto don natural
que se posee desde la cuna o no se tendrá jamás, ya que no creo recomendable
para nadie depender de algo que se supone que no se puede controlar ni adquirir,
de algo ajeno que puede ser un diamante en bruto, sin pulir, o una fuente de
frustración constante.
Personalmente y centrándome ya en el
campo de la escritura creativa, cuando leo una buena historia mal contada, con
errores gramaticales, descuidada o desligada, me deprimo bastante.
Para mí, un libro excepcional es un
guiso compuesto de una serie de ingredientes que debemos adquirir para
posteriormente seguir la receta:
Amasa una buena idea con una pizca de originalidad, moldea una trama bien estructurada, añade un puñado de personajes definidos, creíbles y memorables, hornea una secuencia de acontecimientos ligada y verosímil y no olvides acompañarlo de una ortografía y gramática perfectas. Como decoración puedes usar una portada atractiva y un título con gancho… et voilá, tu gran obra está servida.
Parece difícil pero todos los pasos a
seguir están en la tienda, a la vuelta de la esquina, y nada llena más la
despensa de la imaginación que el conocimiento. Cuanto más mejor, y no es
complicado conseguirlo en este mundo globalizado con acceso a información
ilimitada. No hay excusas pues…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por leerme. Si te ha gustado la entrada ¡¡Comenta!!
* Tus datos personales serán visibles en los comentarios, podrás eliminarlos en cualquier momento. El blog no los usará ni los cederá para ningún fin comercial, ni propio ni ajeno.