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martes, 1 de diciembre de 2020

El talento, ¿lo es todo?


Nunca sabes con qué te va a sorprender la vida, ¡que me lo digan a mí!

Hace tiempo estaba tranquilamente con una amiga, tomándome un café en una terraza, le estaba hablando del nuevo curso de escritura creativa al que me había apuntado y de las cosas que allí estaba aprendiendo, cuando el señor de la mesa de al lado, ni corto ni perezoso, se acercó a nosotras y comenzó a dar su opinión al respecto.



Su intromisión me resultó curiosa, pero no me molestó, pues yo siempre estoy dispuesta a debatir, más aún este tipo de temas.

El caso es que el hombre comenzó a decir que esos talleres y cursos eran una pérdida de tiempo y un “sacaperras”, que un escritor nace y en definitiva, que nadie puede enseñarte a escribir bien si no sale de ti mismo. 
 

Habló de lo importante que es la lectura para saber escribir, pero que más importante todavía es saber sentir…  y me dio qué pensar.

En cierta manera estuve de acuerdo con algunos puntos de su intervención no solicitada, pero no pude evitar discrepar con el resto de sus argumentos. 
 
Por un lado, es cierto que leer es imprescindible para un escritor, leer es lo que nos enseña desde niños a comprender y a expresarnos con palabras escritas, hasta el punto de poder formar con ellas una historia. 
 
Por otro lado, sentir es también un requisito fundamental porque, ¿de qué otro modo ibas a poder transmitir sentimientos a otra persona? 
Sin embargo no pude dar la razón a mi vehemente amigo en su afirmación de que nadie puede aprender o enseñar a otro a escribir si no sale de uno mismo.

Comencé a preguntarme si un escritor nace, se hace o ambas cosas, y medité sobre el talento y el esfuerzo. 

Mientras yo consideraba que eran dos caras de la misma moneda y defendía que si se tiene una de ellas, se podría descubrir la otra, el hombre argumentaba que ambas cosas eran igual que ser rubio o moreno, se es y no hay más. Me parecía una forma de verlo demasiado determinista.

Yo empecé aquel taller literario por afición, por pasar un rato, compartiendo mi pasatiempo favorito con otra gente que también disfruta con ello, pero es cierto que he aprendido mucho en él, más de lo que me esperaba al principio, y no solo de la profesora sino también de mis compañeros. 
 
En este sentido he pensado, al mismo tiempo, en todas esas iniciativas virtuales que nos empujan a explotar nuestros talentos y pasiones, en blogs y foros donde los participantes se impulsan unos a otros, fomentan ideas, se retroalimentan y aprenden de su cooperación. 
Todo ello me ha llevado a una conclusión, y es que, como bien se explica en el dicho popular “nadie nace enseñado” y desde luego existen talentos innatos, pero hay que dotarlos de una base teórica, no importa si ésta procede de una educación formal o autodidacta.

Pensemos en grandes figuras de la historia del arte, por ejemplo Picasso, un gran pintor que seguro tuvo que aprender a garabatear antes de pintar obras maestras, o Mozart que tuvo que empezar de cero a tocar antes de componer sinfonías, o Ferrán Adriá que apuesto a que tuvo que hacer mal muchos huevos fritos antes de cocinar platos de alto postín.

Es cierto que la mayoría de los artistas que destacan en lo que sea que hagan vienen de fábrica con una sensibilidad especial, pero nadie les quita sus horas de estudio y práctica; un sacrificio que sólo puede estar motivado por una pasión arrolladora hacia aquello que se hace, sea pintar, componer, cocinar… o escribir.

No estuve de acuerdo entonces con ese espontáneo de la cafetería, que insistía en aferrarse a un supuesto don natural que se posee desde la cuna o no se tendrá jamás, ya que no creo recomendable para nadie depender de algo que se supone que no se puede controlar ni adquirir, de algo ajeno que puede ser un diamante en bruto, sin pulir, o una fuente de frustración constante.

Personalmente y centrándome ya en el campo de la escritura creativa, cuando leo una buena historia mal contada, con errores gramaticales, descuidada o desligada, me deprimo bastante.

Para mí, un libro excepcional es un guiso compuesto de una serie de ingredientes que debemos adquirir para posteriormente seguir la receta: 
Amasa una buena idea con una pizca de originalidad, moldea una trama bien estructurada, añade un puñado de personajes definidos, creíbles y memorables, hornea una secuencia de acontecimientos ligada y verosímil y no olvides acompañarlo de una ortografía y gramática perfectas. Como decoración puedes usar una portada atractiva y un título con gancho… et voilá, tu gran obra está servida.

Parece difícil pero todos los pasos a seguir están en la tienda, a la vuelta de la esquina, y nada llena más la despensa de la imaginación que el conocimiento. Cuanto más mejor, y no es complicado conseguirlo en este mundo globalizado con acceso a información ilimitada. No hay excusas pues…

Un escritor nace y se hace, es mi respuesta final. 

Agradezco a aquel señor de la cafetería el haber estimulado mi mente de este modo, porque son estas pequeñas sorpresas que te da la vida las que la hacen interesante…  casi tanto como para escribir un libro.

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